Julieta debe Morir [Prólogo: El Principio del Fin]


La mafia de La Gran Familia llevaba ese nombre por una cuestión irónica: la mayoría de sus miembros eran huérfanos, niños y adolescentes salidos de reformatorios, basureros, fumaderos y otros oscuros abismos a donde va a parar la gente que nadie quiere. El Taita tenía buen ojo para seleccionarlos, se le acercaba a uno y decía "Veo a la serpiente en tu mirada ¡Vas a ser un gran sicario, carajo!"; pero a veces, aunque nadie quisiera admitirlo, el jefe también se equivocaba.

Con este tal Nacho, por ejemplo.

―Espere, espere... ¿Cómo era?

―Caray, le apuntas con el arma y gritas "¡Dame la plata, perra, o te quemo!" ¿Entiendes? ¿Has visto una película de acción alguna vez? Algo así.

Era un pobre mocoso adicto al pegamento que normalmente se dedicaba a lavarle los autos del jefe. Nadie tenía muy en claro cómo lo convenció para darle una oportunidad en las grandes ligas (por ahí decían que se la chupó, pero era mejor no pensar en esas cosas). Ezekiel solo se lo encontró en su puerta esa mañana y supo que aquel sería un día muy, muy, largo.

Ya llevaba casi tres horas explicándole el procedimiento.

―Ok, ok, creo que ya lo capto.

―Bien, te voy a dar mi revolver y lo vas a tratar con respeto ¿De acuerdo? Y si disparas, que sea al techo o a tu cara, porque este es un asalto y en un asalto bien ejecutado las armas solo son un elemento decorativo ¡Ahora sal y demuestra que sirves para algo!

Lo siguió con la mirada desde dentro del auto. Caminaba raro. Parecía una ramita mecida por el viento. La pistola le sobresalía de su bolsillo trasero. Cualquiera se daría cuenta de sus intenciones apenas verlo. "Por favor, no cometas una estupidez".

El objetivo era una pequeña farmacia recién abierta hace unas semanas. Nada del otro mundo. Ni siquiera debían tener mucho dinero en la caja. El atraco era solo para recordarles que podían obtener la protección de La Gran Familia en cómodas cuotas de cien dólares al mes. Nada del otro mundo. "Por favor, no cometas una estupidez".

―¡Dame la plata, perra, o te que...!

El disparo retumbó en toda la cuadra con la fuerza de un trueno. Retumbó en el pasado, retumbó en el presente y destruyó por completo el futuro. Era el punto de partida para la unión de dos vidas destinadas a probar que a veces el amor puede ser más destructivo que el odio.


Comentarios