Tan cerca del cine, tan lejos de Dios...


En mi familia había la costumbre de que el huésped más inútil de la casa sea quien se encargue de los ancianos. Y por aquella época ese era yo (aunque algunos dirían que lo sigo siendo). Mi misión entonces, cada fin de semana, consistía en llevar a mi abuelo a la iglesia a la que había ido gran parte de su vida. Era una de esas evangélicas en las que los predicadores hablan en lenguas, la gente se desmaya  y los ciegos vuelven a ver. Todo un show.

Y para darle mayor espectáculo, al pastor (que así se les llama a los líderes de esas iglesias) se le ocurrió la idea de crear un "Ministerio de Teatro" en el que los jóvenes interpretáramos escenas de la Biblia, principalmente de la parte del Apocalipsis (el miedo era un factor importante). Y yo, como no podía ser de otra manera, me vi arrastrado a eso.

Ahí fue donde lo conocí.

Era un duende, incluso más bajo que yo en la etapa adolescente en la que me encontraba, y aun así tenía un ego colosal. Se la pasaba hablando de la inmensa cantidad de talleres de actuación que había tomado y la vez que trabajó en una película, haciendo de un campesino que pasaba caminando al lado de los protagonistas. Pascual, se llamaba, nuestro líder y maestro. Él mismo se encargó de reclutar a sus estudiantes, casi a la fuerza. Yo solo le dije "Lo mío no es actuar, es escribir" y él respondió "Listo, ya tenemos a nuestro guionista".

Al principio yo no le ponía ningún esfuerzo, me bajaba obras de teatro cristianas de una web argentina y les cambiaba las palabras y le daba algo de sabor local. Pascual decía "Oye Juan qué bien escribes ah, eres un genio" y llamaba a los chicos para ponerse a trabajar. Eran unos siete u ocho. Dos chicas. Muy bonitas. Supongo que esa era una de las razones por las que me quedaba a ver los ensayos.

Practicaban ahí mismo en el centro de la iglesia, arrimaban las bancas y hacían un circulo. Comenzaban con una especie de gimnasia, se ponían a dar saltos y a estirar los músculos. Luego ya cuando comenzaban a leer el guión constantemente volteaban a mí para explicarles el significado de alguna palabra.

No leían mucho. Eso me daba cierto poder. Y como todo poder, me llevó a codiciar más. Pensé "¿En serio serían capaces de hacer cualquier cosa que escriba?".

Para el día de la madre, por primera vez en mi vida, escribí una obra de teatro totalmente original. Una tremenda idiotez: un niño malcriado que esclaviza a su madre se encarga de espantar a todos los pretendientes que vienen a visitarla, entre los cuales se encontraban un profesor al estilo Jirafales, un surfista medio drogado, un rapero que hablaba en rima y por ultimo un pastor evangélico que por fin logra domar al mocoso presentándole a su propia hija.

Fue un éxito.

La gente aplaudió de pie y se olvidó por completo de la herejía que era mostrar a un líder cristiano como padre soltero y en busca de una nueva esposa (el divorcio es pecado para ellos, y si te quedas viudo, pues viudo te quedas). Levanté mis manos al cielo detrás del telón y dije "Sí, tengo el poder". Pero muy cerca a mí, alguien más quería tenerlo.

Esa misma noche Pascual nos invitó a su casa, "Para celebrar esta victoria en Cristo" dijo. Estuvimos hasta la madrugada viendo películas, comiendo frituras y haciendo bromas (fue lo más cercano a una adolescencia normal que tuve). Cuando solo él y yo quedamos despiertos, me lo dijo. "Juan ¿A ti te gusta el cine?".

Quería filmar una película cristiana con los chicos del ministerio pero sin que el pastor se entere, decía que tenía un amigo en el mercado pirata que podía hacer el trabajo de venta y distribución en cuanto la tuviera lista y que las ganancias las repartiríamos entre todos. Me pareció una locura. Y acepté.

El guión sería el mismo que el del día de la madre, solo que lo expandiríamos a distintos escenarios. Pascual ponía la casa  y el equipo (una cámara Sony que filmaba en cinta Mini-DV, un micro al que atábamos a la punta de una escoba a modo de boom y una radio con la que poníamos la "música ambiental" en directo pues desconocíamos por completo que eso se agregaba en edición). El problema era que nada de eso le pertenecía, ni siquiera la casa, eran préstamos hechos a amigos y familiares, y no podía disponer de ellos por mucho tiempo.

La solución parecía sencilla: filmarlo todo en un solo día. "Total" dijimos "¿Cuanto tiempo podría tomarnos?". El rodaje iniciaba el sábado a las nueve de la mañana. Para las cuatro de la tarde no habíamos grabado ni seis minutos de película. Algunos actores no llegaron a la hora acordada por diversos imprevistos y Pascual mismo tuvo que ir a sus casas y amenazarlos con el fuego eterno si no cumplían con "la labor de Dios". Cuando por fin nos pusimos a filmar y ya íbamos por la mitad de la historia, nos dimos cuenta de que la cinta en la que grabábamos estaba tan vieja que las imágenes se mezclaban con la de un bautizo de hace dos años atrás. Y otra tres horas más buscando un lugar donde vendieran ese tipo de cinta. Cuando al fin retomamos el rodaje, el actor que interpretaba al niño malcriado tuvo que irse porque su viejo se accidentó ¿Y a quién agarraron de repuesto? A mí, yo que solo había ido para reírme de ellos e intentar acercarme a alguna flaca. Entonces, como un castigo divino tuve que sufrir las estupideces que mi mano escribió.

La escena en la que el rapero se tomaba un vaso de limonada con sal y me escupía en la cara tuvo que repetirse unos ocho veces porque al maldito de Pascual no le parecía que mi rostro de sorpresa fuera realista. En serio, cada minuto que pasaba con ese enano me daban más ganas pisotearlo.

Para las ocho de la noche ya teníamos el rodaje finiquitado. Nos sentamos en la mesa y nos echamos unos panes con café. Ahí por fin pude hacerle el habla a una flaca. No recuerdo su nombre. Es muy difícil tratar de acercarte a una chica cristiana, te mandan a la friendzone apenas te conocen. Pero estaba bien para mí. Intercambiamos unas palabras sobre su actuación. Mencionó a Dios unas cinco veces. Estuve a punto de sacarle su correo cuando Pascual salió con otra de sus webadas.

"¡Falta algo aquí! dijo con la cinta en la mano "Hay que agregarle una escena más y ya sé de qué puede ser".

Quería una maldita fiesta. En serio quería hacer una maldita fiesta que represente la vida pagana del niño malcriado. Pero no en su casa, no. El pastor había mandado a poner luces psicodélicas en la iglesia para darle mayor espectacularidad a sus presentaciones. Y Pascual pretendía usarlas.

"Hoy no hay nadie, se han ido de campamento". Quien cuidaba la entrada era una ex presidiaria lesbiana supuestamente rescatada "de las garras del maligno" que estaba dispuesta a dejarnos pasar a cambio de unos cigarrillos. El problema eran las chicas. Los chicos podíamos estar en la calle cuanto quisiéramos, a nadie le importaba; ellas estaban constantemente siendo monitoreadas por sus padres.

Tuvimos que ir todos juntos en procesión a sus hogares para pedirles que las suelten "En el nombre del Señor". Solo en un caso funcionó, el resto de padres nos mandó al demonio de una manera muy cristiana. Pero al menos se quedó la chica con la que hablé.

Pusimos música de los Bee Gees. Suponíamos que de la música "mundana" era lo menos dañino. Nadie se atrevió a poner perreo, tenían miedo de que se abriera el techo y Dios nos aplastara con sus manos. Además que eramos casi todos hombres, y eso que Pascual y los chicos habían hecho lo posible para llamar amigas, primas, vecinas. Al final la escena salió con una docena de webones haciendo pasos de Fiebre de Sábado por la Noche.

Y el resto de la madrugada la pasamos durmiendo en el suelo alfombrado del escenario, bajo la atenta mirada del Espíritu Santo. Yo muy cerca a ella. Pensando que quizás tanto esfuerzo valió la pena.

Durante las siguientes semanas mi abuelo volvió a su pueblo y yo ya no tenía ninguna obligación de volver a la iglesia. Y no lo hice, aunque a veces en el fondo de mi corazón sí lo deseara.

Una vez rondando por el mercado me encontré un local donde vendían exclusivamente cine cristiano. Rebusqué un rato. Y sí, ahí la encontré. En la portada estaba Pascual sentado en un sofá con saco y corbata. Atrás estaba toda la gente del ministerio subida a un árbol y saludando. Mi nombre no aparecía por ningún lado.

El título era "Cómo no hacer teatro".



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