La última pelea escolar...


Desde que era niño siempre he sido un imán para los abusivos. No sé. supongo que era a causa de mi eterna actitud de "meimportaunamierdatodo". Cada vez que me golpeaban esperaban que gritara, que sufriera, que me humillara... yo solo me ponía en pie y decía "¿Ya acabaron?". Luego me iba de vuelta a clases. Ni sentía dolor. Ya estando en casa, de noche, notaba algunos moretones.

Nada que no pudiera sanarse solo. A lo Wolverine.

Hasta que un día pasó. El pendejo de Baltazar movió su pupitre justo al frente mío con la excusa de querer estar más cerca de la pizarra y el profe lo felicitó por su repentino interés en los estudios. En realidad es que había encontrado la única verdadera forma de j0derme. No dejándome en paz ni un minuto. Por cualquier webada estaba volteando a verme y hacerme el hablar. Si me quedaba dormido, él estaba ahí para despertarme de un sopapo. Si cualquier maestro pedía un voluntario para lo que fuese, él estaba ahí para cantar mi nombre a viva voz. A la semana me cansé.

"Vamos afuera" le dije sin siquiera pensarlo.

La noticia se extendió por el resto de salones durante el recreo. "¡Un imbécil retó a Baltazar! ¡Suicidio a las dos en el callejón de la muerte!". No, no era muy popular en la escuela. Ni siquiera en el salón. Creo que en toda mi vida escolar no hablé ni con la mitad de mis compañeros.

 Y sin embargo, de pronto parecían ser más amables conmigo. La lástima, supongo. 

Mientras me tragaba un sandwich de pollo en las escalares se me acercó una chica a decirme que mejor huyera, que me cambiara de escuela, y de ser posible, de distrito también. 

Después vino el niño gordo del salón, me invitó una lata de gaseosa y me dijo que había apostado a que yo duraba más de diez segundos en pie y que no lo decepcionara.

Por último y más sorprendente, llegó uno de los que me golpeaba a querer darme consejos para pelear. Todavía no entiendo ese gesto. Por un momento creí que quería asegurarse de ver una buena sacada de mierd4, pero algo en su voz me decía que era sincero, que de verdad quería ayudarme.

A las dos de la tarde tocó el timbre. Hora de partir.

"El Callejón de la Muerte" le decían. Era un espacio sin vida entre dos casas abandonadas. De noche servía de fumadero, de día era el lugar en donde terminaban la mayor parte de los problemas escolares. Todavía se podían ver manchas de sangre en la tierra.

Media escuela nos siguió. O mejor dicho, siguieron a Baltazar. A mí los únicos que me seguían eran cuatro pendejos que no querían que me escapara. 

Una vez que el público nos rodeó, nos miramos frente a frente, y el gordo de la gaseosa entró a hacer de réferi. "Muy bien, muchachos, se permiten golpes bajos y tierra en los ojos, pero si van a usar armas, procuren no sangrar mucho. Ahora sí ¡A pelear!".
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Tenía una rapidez maldita que había ganado arrancando carteras en la avenida. No podía ver nada. Apenas destellos de su cara sonriente. La gente gritaba "¿Por qué no pelea ese webon?". Y una voz en mi mente decía "Ya fue ya, déjalo nomás, hasta que se canse..."

"¡No!"

Cuando abrí los ojos el torbellino de golpes ya había acabado. Y yo no estaba en el suelo. Tampoco Baltazar. Pero se veía raro. Tenía algo de sangre en la cara. Me miró consternado. Por un momento creía que seguiría.

Entonces alguien gritó "¡Ahí viene el director".

Y todos se fueron corriendo.

Yo me quedé un rato sentado en el callejón. Nadie vino.

En los días siguientes Baltazar se cansó de molestarme y regresó a su sitio, bien al fondo del salón. Cuando al fin comenzaron a brotarme los moretones en la cara, mi padre por primera vez los notó.

"Al menos ganaste ¿No?" me preguntó.

"Pues... no sé".


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