Julieta debe Morir [Capítulo 2: Tu reflejo]



- ¿Te gusta el jazz?

- No, me gusta el cantante de la banda.

- ¿Viniste aquí exclusivamente para ver si te podías tirar a alguien?

- Claro ¿Para qué otra cosa viene a un bar?

- ¿Y a mí para qué me trajiste?

- Para cuidar mi cartera.

Le decían Eka. Su nombre real era Ekaterina. De su apellido nadie se acordaba, tal vez ni siquiera ella. El Taita la conoció en un burdel de lujo durante sus vacaciones por Europa, y aunque solo tenía 17 años recién cumplidos, le hizo tan buen servicio que ahí mismo pagó su libertad y se la trajo a vivir a Lima. El viejo estaba como niño con juguete nuevo, la llevaba a cuanta reunión criminal pudiera y la presumía de todas las formas posibles. Dos o tres veces le ordenó que anduviera desnuda por la casa en medio de una fiesta, nada más para que los invitados se murieran de envidia.

Pero como suele ocurrir con los juguetes, tarde o temprano pasan a ser aburridos, y ahora el Taita estaba más concentrado en sus negocios y en hacer tríos con un par de gemelas suecas que le habían enviado de regalo. Ya no le prestaba mucha atención a Eka, y eso le daba a la escuálida pelirroja la oportunidad perfecta para salir a divertirse.

- ¿Segura que no tendrás problemas por esto?

- Nah, el viejito se fue a un velorio de no sé quién. Si volvemos antes de dos horas, ni cuenta se dará que salí.

Un muchacho de camisa blanca y gran sonrisa se acercó a su mesa.

- Buenas noches ¿Les puedo invitar un trago, señori...?

Se quedó un rato en el aire, tratando de adivinar si Romina era hombre o mujer. A veces pasaba.


¿Cuánto iba gastando hasta ese momento? Pagar para que el cuerpo de su hija salga de la morgue sin mayores investigaciones. Mil dólares. Armar una capilla en el patio de la casa. Cinco mil dólares. Arreglos florales, muebles y decoración. Tres mil dólares. Y todavía faltaba comprarle un lugar en el cementerio.

"Maldita seas, Lin, no te pudiste morir en peor momento. Y maldito yo por solo traer mujeres al mundo."

El señor Han no dejaba de lamentarse. Y la gente tampoco dejaba de lamentarse a su alrededor.

- Lamento mucho su pérdida, Lin era una...

Una tras otra, gente que ni conocía de ninguna parte se le acercaba para darle la mano y hablarle de su hija como si él no la conociera.
Si, si, Lin era una buena chica, muy estudiosa, muy alegre, pero desde que comenzó con ese rollo de la medicina y de salvar a los animales, ya casi no se relacionaba con el Clan. Y lo que era peor, no se relacionaba con su novio, el joven Wan.

Cada vez que él venía a visitarla, ella salía con que tenía un examen o una de esas estúpidas marchas en favor de algún animal en extinción. Excusas, puras excusas. "Es que no me gusta" le dijo una vez. "¡Te tiene que gustar!" le respondió él "La familia de Wan controla los puertos de Hong Kong, nos vamos a hacer millonarios y lo único que debes hacer es firmar un mugroso papel".

Un negocio arruinado en un segundo. Su hija estaba en ese cajón, Wan estaba de camino al entierro, y después de eso ya no tendría ningún interés especial en seguir trabajando con el Clan Rojo.

¿O sí?

Han giró hacia su asistente.

- ¿Ya encontraron a Yu Li?

El chiquillo nervioso revisó los mensajes en su tablet.

- Jin sigue en su búsqueda, señor.


- Ok, me está mirando, me está mirando.

Eka se arregló el cabello y reacomodó su brasier.

- Ya vuelvo, cuida mis cosas.

"Si, mira lo bien que cuido tus cosas". Romina acabó su vaso de cerveza y se fue al baño sin preocuparse por la bendita cartera sobre la mesa.

Apenas entró, un golpe de espanto: se vio en el espejo. Lo detestaba, detestaba su reflejo, no había forma de identificarse con lo que veía ahí. Era un ser extraño, decadente, lleno de heridas, vestido de harapos. No podía ser ella realmente.

Y de pronto, una luz.

Al lado de su rostro magullado vio flotando una esfera blanca y brillante, como un copo de nieve.

Era una niña asiática, una cosita pequeña que apenas le llegaba al hombro y que en cuanto la vio fue a refugiarse a su espalda.

- Ayúdame -le rogó al oído.

Entonces alguien azotó la puerta.

- ¡Tú, fuera de aquí!

Le bastó escuchar su acento de chino recién bajado del barco. "Es del Clan" le hablaba esa pequeña parte de su mente que todavía razonaba. "Solo vete y no hagas problemas".

Yu Li volvió a apretarse contra su espalda.

- Por favor...

"Y aquí vamos de nuevo".

- ¡Es un baño de mujeres, pendejo, quien se debe ir eres tú!

Lo vio en cámara lenta. Iba a sacar un arma de su chaqueta. Romina se abalanzó sobre él como un toro. Ambos cayeron sobre el frío y mugriento piso del baño, ambos sujetando la pistola, forcejeando por ver en la cara de quien le estallaba.

- Hey, te dije que cuidaras mis... ¡Aaaaaah!

Ekaterina se quedó de piedra frente a la puerta.

- ¡Tapen sus orejas! -gritó Romi.

El sonoro estallido amplificado por el lugar. "Nunca dispares en un cuarto cerrado" le había dicho una vez su padre. Y ahora sabía bien por qué. Sus oídos querían reventar. Había un zumbido taladrando su cabeza. No la dejaba pensar en nada.

Tiró la pistola a un costado y apoyando sus manos en la pared poco a poco se fue poniendo en pie.

El chino en cambio, seguía desorientado en el suelo.

- Maldito perro.

Le dio un pisotón en la cara. Y otro. Y otro. Y no lo soltó hasta ver un charco de sangre bajo sus suelas.

- Ven, debemos irnos.

Sintió las frías manos de Eka sujetando sus hombros.

Y otra mano pequeña tomando la suya para caminar a su lado.


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